Escrito por Guillermo Grebe
Al parecer el encierro se ha convertido en una permanente rutina de encontrarse con los objetos que comúnmente nos rodean de manera vertiginosa y hasta creemos que son tan familiares que ellos mismos nos miran como descubriéndose en un espacio que se ha ganado a punta de esa costumbre de llenar espacios de rincones, paredes, puertas, ventanas llamada decoración.
Es ahí que podemos ver nuestros abismos espaciales internos, ya nada es como en algún momento definimos que era, ya las cosas son objetos sin objeto, y luego dejan de vivir en nosotros como lo hacían antes.
El color del piso no es el mismo al de las paredes, existe un abajo, al lado, arriba, existen las ventanas y las puertas en sentido lógico, pero nuestras cabezas comienzan a querer que de alguna manera u otra todo ese orden se desordene como pidiendo un regalo en la agonía del mismo día de ayer que es como el de anteayer. Es como si nos enfrentáramos a una danza sin ritmo y desarticulada donde lo que se baila carece de armonía reconocible.
Los lugares donde vivimos se han convertido en nichos de confinamiento y nuestras vistas se han ido hacia paredes vacías de emociones. Tal vez por esta razón aparece la necesidad de que las ventanas sean relatos y que los espejos se llenen de motivos que no seamos nosotros mismos vistos de manera opuesta y que los objetos que definimos como compañías inertes no jueguen con los colores del sofá sino que sean acompañantes con sentido para devolvernos la vida recreada para que ese espacio permanente sea algo que vive en permanente hallazgo y movimiento.
Entonces puede ser que el Arte, y esta vez ya no la decoración, se abran paso en ese juego valórico del deshecho para arrancar de manera digna y creativa de esa costumbre de convivir con más de lo mismo. El Arte es como una válvula de escape o de resistencia al confinamiento en cuanto puede sugerir espacios poco comunes para una situación real bastante poco común. Y eso puede llevarnos camino a lo nuevo.
El lugar común donde estamos caminando es una red ciberespacial; ahí navegamos líquidamente buscando, chismeando, entreteniéndonos, conversando con multipantallas abiertas que se caen pixeladas de vez en cuando haciendo de la realidad un asunto con fechas, horarios y zoom. La vida del día se acaba rápidamente bajo una nueva dictadura de las rutinas.
Y ahí, entre tanta normalidad pedestre repartida en unos pocos m2 y el cibermundo es que hace sentido acercarse al arte porque no hay nada más sanador que esa ficción anhelada y liberadora que reemplace una realidad que más bien juega el rol de respirador artificial para los internos presos en sus interiores.
Los museos on line se llenan de visitas para disfrutar paseos virtuales 360, las salas de cine son pequeños aparatos que son teléfonos en realidad y las galerías de arte reabren sus puertas con compradores anhelantes, coleccionistas que sacan cuentas post Covid pues suponen que en tiempos de vacas flacas los artistas debieran ser los más flacos de todos o en su defecto los más vacas y en ambos casos ni sagrados ni tan raquíticos, la verdad es una sola; Por supuesto que si!. No sólo los artistas visuales han sufrido este encierro; Toda la comunidad que trabaja en las industrias creativas y en la cultura está literalmente quebrada y lo peor de todo sin apoyo real del estado salvo algunos fondos abiertos cuyas convocatorias y condiciones son un chiste de muy mal gusto.
Los artistas visuales han tenido que vagar sin salvoconductos entre la desafección del trato directo con las galerías y la imposibilidad de abrir sus talleres a posibles compradores con la ventaja de poder exhibir sus trabajos en vivo y en directo y han tenido la alternativa revitalizada de las galerías on line como posibilidad concreta de estar en la vitrina. De lo análogo a lo digital hay un paso vertiginoso y en este sentido tal vez esa ficción del objeto en cuanto a lo imaginado como propiedad de colección se convierte en deseo de ser ubicado aunque no sea necesario verlo expuesto físicamente o guardado en una bóveda de alguna galería.
Es curioso, pero en estos tiempos que acumulan distancias en el encierro muchas galerías virtuales han logrado vender más piezas de sus colecciones que en tiempos de normalidad y ese fenómeno se debe a múltiples factores:
El primero es que efectivamente los precios se han adaptado a lo urgente y también que el modelo tradicional de una galería que tiene su versión on line (no todas lo tienen en forma de e-commerce) has sabido adaptarse aplicando estrategias de promoción más agresivas y mejor canalizadas hacia sus clusters.
Una buena estrategia para una oferta de galería de arte se basa en entender como promocionar sin perder el aura del arte alejando toda tentación con lo decorativo pero sin dejar de vista que en la experiencia del vitrineo y la compra hay un imaginario que se debe componer puesto que lo que se ve expuesto no existe sino que más bien está guardado para que exista; lo virtual tiene esa realidad fragmentada por el pixelismo visual que esconde algo que no se puede dimensionar ni tocar ni ver de cerca en detalle, por más que existan herramientas que ayuden, no hay nada como poder mirar la obra en su real existencia, soporte y técnica.
En este contexto las galerías virtuales han sabido hacer esta conversión promocional y han visto buenos resultados para suerte de muchxs artistas y para quienes los promueven, pero también hay algo que puede ser un factor no menos importante y es aquel que hace alusión a quien busca arte y lo compra y que tal vez, -y esto si desearía creerlo- es alguien que se cansó de la pieza decorativa que se sustenta en un relleno desequilibrado y la cambió por el sentido de la pieza como Obra que acompaña un espacio importante de su vida.
El encierro tiene estos misterios; Estamos rodeados de cosas y sin embargo nos quedamos encerrados para auto sostenernos sobreviviendo en el vacío y las distancias palpables y en ese vértigo lo único común que sopla a nuestro lado es el trabajo que producen los artistas.